octubre 22, 2023
por: Daniel Garavito
Del Emprendimiento Social EducALL
Einstein tenía una teoría: el universo y la estupidez humana eran infinitos. Pero si viviera hoy, agregaría un tercer elemento: la obsesión de los cerebros brillantes por lo trivial.
Nuestros modernos ‘magos de la tecnología’, con cerebros rebosantes de ingenio, parecen tener un fetiche por lo frívolo. Mandan pizza a tu puerta, redes sociales cada vez más adictivas y hacen del cannabis una obra de arte. Mientras tanto, los problemas reales del mundo son ignorados, como si fueran molestos mosquitos zumbando en sus oídos. No es que nos falten cerebros, es que nos falta un objetivo con sustancia.
Frederick Banting y Charles Best, descubridores de la insulina, o Jonas Salk, inventor de la vacuna contra la polio, son testimonio de lo que puede lograr el genuino espíritu de creación. No movidos por la fama o fortuna, sino por el impulso puro de beneficiar a la humanidad.
Aquel viejo sueño de «mejorar el mundo», atribuido a Silicon Valley, parece haberse transformado en «hacer del mundo un lugar más cómodo… y lucrativo». Pero ¿qué pasó con los ingenieros que querían reinventar los servicios públicos? ¿Dónde están los soñadores que imaginaron un gobierno digital y accesible?
Imagina por un segundo que parte de ese talento se utilizara para mejorar los servicios públicos. ¿Podríamos tener una atención médica eficiente, una administración ágil, una educación accesible para todos?Para lograrlo, necesitamos cambiar la canción. Mostrar que el éxito no se mide en billetes verdes, sino en cómo mejoramos la vida de las personas. Necesitamos dejar de idolatrar la mera diversión y darle valor a lo útil.
Es momento de que los titanes de la tecnología se despierten a la verdadera necesidad: el mundo no necesita más aplicaciones de delivery de comida, necesita soluciones que cambien vidas.Necesitamos un renacimiento del propósito. Tal vez así, estaríamos en camino de demostrar que Einstein se equivocó. Si redirigimos nuestra inteligencia hacia lo esencial, podríamos crear un legado que vaya más allá de nuestras propias vidas.
Así nace la empresa de impacto genuino: aquella que no se conforma con tener un producto «verde», sino que se convierte en un catalizador para un mundo mejor. Porque una verdadera empresa de impacto no sólo sueña con mejorar la vida humana, sino que hace de ese sueño su misión y lo convierte en realidad.
Y aquí viene el ‘mic drop’: nuestro legado. Porque sí, importa. Mucho. Más allá de la huella de carbono y de las cosas que compramos, debemos aspirar a la tranquilidad de poder mirar atrás sin vergüenza. La tranquilidad de saber que dimos todo por algo más significativo que ser un consumidor más o un ciudadano pasivo. La satisfacción de saber que hemos sido dignos seres humanos, que hemos dado lo mejor de nosotros para hacer del mundo un lugar mejor. Porque al final del día, eso es lo que verdaderamente cuenta. Y si logramos eso, podemos decir con orgullo: misión cumplida.
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